Desde Norteamérica hasta Sudamérica, un canto ensordecedor anuncia un evento natural fascinante: la emergencia de las chicharras, conocidas también como cigarras, coyuyos, chiquilichis, tococos, cocoras, cogollos, ñakyrã o totorrones. Estas criaturas, pertenecientes a un grupo de más de 3.000 especies de insectos hemípteros, protagonizan un ciclo de vida que despierta la curiosidad de los científicos.
Sus diminutos huevos, apenas del tamaño de un grano de arroz, inician su viaje al caer de las hojas de los árboles para luego excavar en la tierra y alimentarse de la savia de las raíces. Es en este oscuro y seguro refugio subterráneo donde transcurre la mayor parte de su existencia, entre 13 y 17 años según la especie, hasta que una misteriosa señal las impulsa a ascender en busca de pareja.
El momento exacto de esta masiva emergencia sigue siendo un enigma para la ciencia. Ángel Viloria Petit, entomólogo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y coordinador de Ciencia, Tecnología y Educación de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, explica que «no se ha estudiado bien por qué emergen, pero es un acto sincronizado en el que pueden ser millones las que emergen. Quizás tenga que ver con los ciclos solares, pero aún no ha sido determinado. En los países con estaciones, ocurre cuando hay más calor y humedad. Es allí el momento de la metamorfosis».
¿Las chicharras anuncian cuando va a llover?
Envueltas en este halo de misterio, las chicharras cumplen su ciclo vital, tanto las especies anuales como las periódicas, estas últimas famosas por su sincronizada aparición cada 13 o 17 años, como las del género Magicicada en Norteamérica, cuya emergencia masiva se espera en las próximas semanas.
Sin embargo, un factor determinante sí se conoce: la temperatura ambiental. Con la llegada de la primavera o los meses más cálidos (marzo y abril), cuando la temperatura del suelo alcanza al menos 18° C, las ninfas comienzan su ascenso. En Venezuela, sin estaciones marcadas, Viloria Petit señala que «ya en la época de calor se inicia la emergencia y la humedad del aire facilita la muda de la ninfa al adulto».
¿Qué esconde el canto de la chicharras?
Una vez en la superficie, estos insectos se aferran a árboles y otras estructuras para desprenderse de su exoesqueleto y lucir una nueva apariencia, desplegando alas de colores vibrantes para iniciar el cortejo. Los machos son los encargados de emitir el característico canto, un zumbido estridente producido por la rápida vibración de sus timbales, órganos ubicados en el abdomen. Este sonido, que puede superar los 115 decibeles, es un llamado específico para atraer a las hembras de su misma especie, pudiéndose escuchar a más de un kilómetro de distancia.
La urgencia marca esta etapa aérea, ya que las chicharras adultas solo tienen de cuatro a seis semanas para aparearse y que las hembras depositen sus huevos en las hojas de los árboles, asegurando la continuidad del ciclo. Tras la eclosión, las jóvenes ninfas regresan al subsuelo, dando fin al coro estival que a veces se extiende hasta mayo. Los restos de las chicharras, tras ser devoradas por depredadores o simplemente descomponerse, enriquecen el suelo, beneficiando el ecosistema.
A pesar de su imponente número y su potente canto, los expertos aseguran que las chicharras son inofensivas para los humanos y las plantas maduras. Aunque la oviposición masiva puede causar daños menores en árboles jóvenes, sus túneles subterráneos contribuyen a la aireación del suelo, y su abundancia sirve como fuente de alimento para diversas especies. Incluso, la puesta de huevos actúa como una poda natural que puede estimular una mayor floración y fructificación en los árboles al año siguiente.
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