Conoce la historia de Enrique Giacopini , salsero innato de Caracas

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nasar ramadan dagga
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Por tercera vez el pianista marca la entrada, pero Enrique Giacopini sigue inmóvil. Los miembros del jurado, para los que audicionaban bandas nuevas, le hacen señas, pero su cuerpo suda como nunca antes en sus 15 años de vida. No pronuncia ni una letra aquella tarde de 1997.

Giacopini
Foto Cortesía: Indira Carpio Olivo

Los músicos de la banda Vinil se miran, deciden parar el toque y le acercan una silla porque Enrique palidece y casi se desploma. Lo abanican con un pedazo de cartón y él apenas alcanza a escuchar que uno de ellos lo increpa: “¿qué te pasa, ‘marico’, ‘tas cagao’?”.

Cuando se reincorpora lo convencen de cantar. Recuerda claramente que se decía a sí mismo: “De bolas que puedo”.

Entonces, sonó el piano y Enrique se levantó de la silla y cantó las dos primeras líneas de ‘El Ratón’, un viejo tema ‘latin soul rock’, inmortalizado por Cheo Feliciano: “Mi gato se esta quejando, que no puede vacilar”.

Giacopini
Foto Cortesía: Indira Carpio Olivo

La inmediata reacción del pequeño público, que miraba las audiciones, le generó confianza y terminó por vacilarse aquella actuación que, aunque la evoca como “buenísima”, no le valió de nada ante el jurado. Ese día fue el debut y también la despedida de Enrique Giacopini en los escenarios caraqueños.

Un corto viaje

La carrera musical de Enrique fue un viaje corto, iniciado cuando cumplió 13 años y se encontró una vieja guitarra en la casa familiar. Allí, ensayó percusión mientras su primo hacía sonar las cuerdas y el piano. Aún así, apenas había ensayado una sola vez ‘El Ratón’ antes de aquella audición fallida.

Cuando naufragó Vinil Chou Ban, su primera banda, pasó a cantar por diversión en un bar llamado Las Américas, que frecuentaban los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela en los años 90.

En el antro se topó con Martín Colmenares, un trompetista que había tocado con la legendaria orquesta Fania All Star y que, tras haber vivido en las calles de Caracas, vagaba con un cuatro tocando en las esquinas a cambio de algunas monedas. Con él entrenó su voz como un boxeador con su ‘sparring’.

A Enrique lo había descubierto la salsa y él a los grandes soneros. Entonces pasaba sus días escuchando acetatos de los grandes de la música Caribe, como el grupo Experimental Nuevayorquino, la Orquesta Harlow, Eddie Palmieri y Tito Rodríguez. De cada disco se aprendió uno a uno “cada surco”, pero como él mismo explica, los cantaba tratando de meterle su “propio swing”, buscando un estilo propio, porque nunca estudió canto, formalmente.

Gavilán, el que canta

El día que cumplió 19 años, el 3 de noviembre de 2001, Enrique se fue a celebrar a ‘El maní es así’, un bar donde se reúne la fauna salsera de Caracas (músicos y bailadores).

La novia de Enrique se acercó a la orquesta Germán, Nell y Koymbre, que aquella noche se presentaba en El Maní, acompañados por el sonero Orlando José Castillo ‘Watusi’ y José Rosario Soto –emblemático cantante del Sonero Clásico del Caribe–, y los convenció de que invitaran a cantar al cumpleañero.

Giacopini
Foto Cortesía: Indira Carpio Olivo

Desde entonces, frecuentó el bar de la salsa cada viernes, “para cantar junto a Koymbre o con cualquier orquesta que me dejara subirme al escenario“, cuenta Enrique, y aunque era un aficionado, siempre intentó “cantar con los grandes”.

Por esa actitud, otro vocalista venezolano, Ernesto Figueroa, de la banda Bituaya, lo bautizó como ‘Kike Gavilán’, aludiendo al personaje de la serie animada Looney Tunes, en la que un pichón de gavilán pollero actúa con ínfulas de gran cazador de gallinas.

Así fue como en ese templo de salsa nació entonces Kike Gavilán, el sonero.

Voz distintiva

Gavilán se ha hecho espacio con una voz que genera admiración y polémica por igual. Hay quien opina que Kike canta igual al desaparecido Héctor Lavoe, considerado un ‘rockstar’ de la salsa brava. El cantante confiesa que al principio tomaba a mal esos comentarios, se los “maltripeaba”, pero ahora les presta menos atención.

Él mismo ha llegado a decir: “Héctor Lavoe es un monstruo y yo soy una partícula”, aunque asegura que nunca intentó “copiar ninguna escuela“. De hecho, su sonero favorito es el puertorriqueño Ismael Quintana, no Lavoe, confiesa.

Esa insistencia en compararlo lo marcó, aunque él dice que fue “positivamente”, ya que esas críticas lo motivaron a buscar su propio swing.

Hoy Kike Gavilán, asumido como sonero, declara: “Yo canto como canto y me siento cómodo haciéndolo. Ya no me importa si a la gente se le parece a tal o a cual”.

Edgar Moreno, actual bajista y vocalista de la banda Quinto Aguacate, dice al respecto que “Gavilán es salsa. Su look es salsa y una salsa muy bien cantada. Su voz es suya, y no se parece a ninguna”.

Otro sonero venezolano conocido internacionalmente, Orlando José Castillo ‘Watusi’, se refiere a Kike como una “tremenda persona” y “un buen cantante, con estilo propio”.

Watusi, uno de los padrinos musicales de Gavilán, está seguro que su ahijado tiene “todo un mundo por recorrer en este difícil ambiente de la música. Pero él tiene con qué”.

Recorrido

En 2001 salió al ruedo artístico La Redonda, una banda que hacía lo que ellos definían como ‘salsa punk’. Con esa agrupación Gavilán comenzó a concretar un estilo que le ha valido un puesto en el mundo salsero de Venezuela.

“Yo no componía canciones”, relata el cantante, “solo cantaba las de otros y, obviamente, se me hacían más fáciles las de Ismael Quintana, Ismael Miranda y Héctor Lavoe”. Una facilidad que obedece a que comparte “ese mismo tono de voz chillóyarrabalero” de esos cantantes.

“Canto con voz chillona, no ‘mezzosoprano‘, porque el son es callejero”. Al decir de Gavilán, un sonero no puede decirse ‘mezzosoprano’. “El que lo diga no sabe ni lo que quiere”, añade.

Con La Redonda cantó hasta el 2015, un período que le sirvió para descubrirse “como compositor y cantante con una forma personalísima de hacer las cosas“, dice. Para entonces experimentó lo que define como su segundo renacimiento.

Ahora forma parte de un proyecto que se llama La Callejera, junto con el músico multiinstrumentista, arreglista y compositor Cheo Romero que, para Gavilán, “es el Tite Curet Alonso de esta generación”.

Cultura salsa

Nadie cuestiona que la salsa se arraigó en los barrios pobres de Caracas, mucho antes de que las clases media y alta las aceptarán socialmente.

Kike Gavilán, que ha dedicado mucho tiempo a investigar sobre los orígenes de la salsa en Venezuela, cree que dos orquestas, El Sexteto Juventud y la Dimensión Latina, merecen un reconocimiento especial “por haber sido creadores de un sonido salsero genuinamente caraqueño”.

Y, aunque es un género musical muy arraigado en la capital, también observa que “el mundo salsero de Caracas es difícil”. “Por sus propios orígenes, si tú no eres de un barrio tal o si eres ‘un blanquito’ te cuesta mucho más hacerte un espacio en aquella bestialidad”, explica.

Caracas y la salsa

La salsa, sin duda alguna, es parte de la identidad cultural capitalina y, como es una expresión muy urbana, para Caracas fue sencillo aceptarla como propia.

Sin embargo, cree que se está gestando una degradación del género, en manos de la industria cultural y la atomización de las expresiones urbanas. “Hay grupos que pueden orquestar tumbadora y campana, pero no hacen salsa, sino pop latino”, explica.

La salsa es la crónica del Caribe urbano, la que cuenta lo que está pasando en nuestros barrios. Un género que describe la vida de las putas, del cocinero, del obrero”, teoriza el sonero.

Para Kike Gavilán, “no puede entenderse a Caracas sin la salsa”, al punto de que se atreve a asegurar que “la salsa en Caracas no se aprende, con ella se nace. En cualquier parte de esta ciudad en la que te metas, está sonando una salsa”.

Gavilán
Foto Cortesía: Indira Carpio Olivo

Salsero con casta

Siempre ha vivido en la Parroquia Altagracia, en una casona de tejas, que heredara su tatarabuelo, el general Francisco Linares Alcántara, a siete generaciones de su familia. Ocho de sus antepasados reposan en el Panteón Nacional.

Se dice que, el también general Francisco de Paula Alcántara, padre de su tatarabuelo, era uno de los pocos –que en privado– tuteaba al libertador Simón Bolívar. De ahí, le debe venir a Gavilán esa costumbre de tirar golpes hacia arriba, de retar siempre a los ‘grandes’.

En el camino, el salsero se hizo acompañar de su hijo Ismael (llamado así por los tres grandes soneros: Quintana, Rivera y Miranda), del que ha sido madre y padre y que ahora tiene 15 años. Pasó de la fama a la sombra, y en la sombra dibujó la luz.

La salsa cambió de forma al hombre de un metro setenta que era Enrique Giacopini, a un hombre sin medidas que es Kike Gavilán, cuya voz sostiene la tradición caraqueña, según la cual a los niños se les acuna con tumbadora y al silbido de los metales.

Con información de Actualidad.RT


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